¡TERRIBLE! En TEXAS una migrante venezolana fue asesinada y una universidad se lucró con su cuerpo
Aurimar Villegas, venezolana de 21 años, viajó a EE.UU. con la ilusión de cumplir sus sueños, pero la muerte la encontró y lo peor vino después, al caer en la lista de cuerpos que son usados para investigaciones médicas en una universidad de Texas
La cadena Telemundo y NBC News publicaron un reportaje en el cual relata la historia de la joven Aurimar Villegas, de 21 años, quien cruzó la peligrosa selva del Darién, logró llegar a Estados Unidos y conseguir un empleo. Prácticamente estaba alcanzando «el sueño americano», pero fue asesinada, momento en el cual la pesadilla que ya era la peor, comenzó para la familia, por lo que pasó después con el cuerpo de la muchacha.
A continuación publicamos el texto completo del reportaje que muestra la tragedia que acecha a los migrantes venezolanos.
Lea también:CUENTA REGRESIVA: crisis de migrantes en la FRONTERA MÉXICO -EE.UU. (+Videos)
El viaje
Cada día, durante dos meses que parecieron interminables, Arelis Coromoto Villegas repitió la misma oración: desde su pequeña casa de bloques en Venezuela, le pidió a Dios que protegiera a su hija de 21 años mientras recorría miles de millas a través de la traicionera jungla y el desierto, para llegar a la frontera sur de Estados Unidos.
Sus plegarias fueron respondidas en septiembre de 2022 cuando Aurimar Iturriago Villegas cruzó a salvo a territorio estadounidense y siguió hacia el norte con su propia oración: conseguir un empleo y eventualmente ganar suficiente dinero para construirle una nueva casa a su madre.
Pero a casi dos meses de su llegada a Texas, Aurimar fue asesinada a tiros en un incidente de furia en la carretera cerca de Dallas, mientras viajaba en el asiento trasero de un vehículo.
Y para su madre, lo impensable se convirtió en inimaginable.
Sin el conocimiento de su familia, autoridades del condado de Dallas donaron el cuerpo de Aurimar a una escuela médica local donde fue cortado y le asignaron un precio a las partes que no fueron dañadas por la bala que impactó su cabeza —900 dólares por su torso y 703 por las piernas.
Los restos de la joven fueron incinerados y enterrados junto a desconocidos en un cementerio en Dallas, esto mientras su madre intentaba desesperadamente repatriar a su hija asesinada a Venezuela, sin saber que su cuerpo se convirtió en una mercancía en el nombre de la ciencia.
«Muy doloroso»
Arelis se enteró de que su hija fue usada para investigaciones médicas hasta dos años después de su asesinato, cuando NBC News y Noticias Telemundo —como parte de una investigación más amplia sobre la industria de cuerpos en Estados Unidos— publicaron los nombres de cientos de personas cuyos restos, considerados abandonados, fueron enviados al Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad del Norte de Texas, con sede en Fort Worth.
“Es algo muy doloroso”, lamentó Arelis en una entrevista desde su casa en un pequeño pueblo en el oeste de Venezuela. “Ella no es ningún animalito para que la descuarticen, para que la corten”.
Lo que ocurrió con Aurimar fue un asunto de dinero, un patrón que la cadena NBC News descubrió en los dos últimos años: los cadáveres de personas vulnerables suelen ser maltratados y los deseos de sus familias ignorados en Estados Unidos, mientras funcionarios abrumados lidian con el creciente número de muertos no reclamados en medio de la adicción generalizada a los opioides, el aumento de personas sin hogar y familias fracturadas.
Los periodistas encontraron que forenses de los condados, instituciones médicas y otras autoridades fallaron repetidamente en contactar a familiares antes de declarar abandonados los cuerpos.
En algunos casos, fueron sepultados en terrenos destinados a personas indigentes mientras sus seres queridos los buscaban y reportaban como desaparecidos. En otros, fueron enviados sin consentimiento a escuelas médicas, compañías de biotecnología y comerciantes de cadáveres.
Son miles
Aurimar fue una de las 2,350 personas cuyos cuerpos, desde 2019, fueron traslados al Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad del Norte de Texas bajo acuerdos con dos condados locales que generaron alrededor de 2.5 millones de dólares anuales al centro, y le ahorraron a los condados cientos de miles de dólares en cremaciones y costos funerarios, de acuerdo a registros financieros.
Cientos de estos cuerpos fueron destinados para formación de estudiantes o investigación. Otros, se alquilaron a empresas de tecnología médica que necesitan restos humanos para desarrollar productos y capacitar a médicos para usarlos. Algunos, como el de Aurimar, fueron usados para ambos fines.
Los cadáveres donados juegan un rol clave en la educación médica y la industria de biotecnología, ayudando a los cirujanos a fortalecer sus habilidades y a investigadores a desarrollar tratamientos que podrían salvar vidas.
Aunque usar cuerpos sin reclamar para este propósito sigue siendo legal en gran parte del país, incluyendo Texas, es considerado poco ético debido a la ausencia de consentimiento y el sufrimiento que puede causar a los familiares.
Los periodistas han identificado al menos otras dos docenas de casos en los que familias se enteraron semanas, meses o años después de que los restos de su ser querido habían sido entregados al Centro de Ciencias de la Salud. Once supieron lo que ocurrió a través de NBC News y Noticias Telemundo, incluyendo a cinco — además de la familia de Aurimar— que quedaron horrorizados al hallar los nombres de sus familiares en una lista de cuerpos sin reclamar publicada este otoño por ambos medios.
En respuesta a los hallazgos de NBC News, el Centro de Ciencias de la Salud suspendió su programa de donación, despidió a los funcionarios que lo dirigían y se comprometió a dejar de usar cadáveres considerados abandonados.
El portavoz Andy North no respondió a preguntas sobre el caso de Aurimar, pero en un comunicado dijo a los periodistas que el centro extendía sus disculpas a todos los “individuos y familias impactadas” y que se han “tomado múltiples acciones correctivas”.
En muchos de los casos encontrados por NBC News los cuerpos que se declararon abandonados eran de personas sin hogar, que luchaban contra una adicción a las drogas o se habían distanciado de sus familias.
Ese no era el caso de Aurimar. La joven inmigrante estaba en constante comunicación con su madre y habló con ella horas antes de ser asesinada. Su familia se apresuró a intentar recoger los miles de dólares que les costaría repatriarla a Venezuela, creyendo falsamente, mes tras mes, que sus restos yacían en una morgue en Dallas.
La burocracia
Pero lo que siguió fue una cascada de fallas burocráticas y de comunicación. La Oficina del Médico Forense del condado de Dallas tenía el número telefónico de Arelis en sus archivos, pero en los documentos obtenidos por NBC News no hay constancia de que la institución, que declinó comentar sobre la investigación, intentara llamarla antes de declarar abandonado el cuerpo de su hija.
Durante este calvario, Arelis ha luchado —desde una casa sin internet en un país sin relaciones diplomáticas con Estados Unidos— para reclamar los restos de Aurimar.
Hasta entonces, no podrá empezar su duelo, dijo.
“Yo me pongo todas las noches y digo: ‘Dios mío. ¿Por qué te llevaste a mi hija?’”, lamentó. “Yo no acepto la muerte de mi hija. Todavía no”.
Aurimar soñaba con ayudar a su familia. Creció bajo un techo de láminas de metal, en una casa con electricidad intermitente en La Villa del Rosario, a una hora y media de la ciudad más cercana. A los 16 años abandonó la escuela y trabajó limpiando casas o patios con la determinación de sacar a su madre de la pobreza: “No te preocupes mami, que yo voy a trabajar para darte todas las cosas para cambiar a una mejor vida”, le decía.
Sueños truncados
En 2022 vivía en Colombia, donde recorría las bulliciosas calles de Bogotá haciendo deliveries en una bicicleta. Pero quería ganar más. Esa primavera llamó a su madre para compartirle su nuevo plan. Se uniría a un grupo de otras seis personas en una travesía hacia Estados Unidos.
Arelis le suplicó que no viajara, sabía que muchos migrantes mueren cada año intentando cruzar el infame tapón del Darién, una traicionera selva tropical con pantanos y montañas que se extienden por la frontera entre Colombia y Panamá.
El hermano mayor de Aurimar, Yohandry Martínez Villegas, tenía sentimientos encontrados sobre sus planes. Compartía los temores de su madre, pero admiraba cómo la joven “estaba luchando por un futuro mejor”.
El 1 de julio, Aurimar y su grupo se adentraron por el extremo este del Darién. Por dos semanas, Arelis no supo nada de su hija mientras atravesaba la remota jungla sin señal de telefonía celular. La madre lloraba todos los días aterrada de que su hija quizás hubiera caído desde un barranco o se hubiera ahogado en un río. Hasta que Aurimar le envió un mensaje de texto desde un refugio de migrantes en Panamá: “Mami, ya salimos de la selva”.
Aurimar se enfermó de gripe cuando iban por Honduras, pero se recuperó y celebró su cumpleaños 21 en Guatemala. A inicios de septiembre cruzó el Río Bravo desde México a Texas, asegura Arelis quien recuerda que después de que la joven se entregó a las autoridades en la frontera, fue liberada de un centro de detención y partió a casa de Alexis Moreno, un vecino de Venezuela que vivía cerca de Dallas.
Con ayuda de Moreno, Aurimar consiguió un empleo de limpieza en Florida y prometió a su madre que pronto tendría suficiente dinero para ayudarle a comprar electrodomésticos y medicamentos para su vista que había empezado a fallar.
La noche del 28 de octubre de 2022, mientras estaba en Texas por una breve visita, Aurimar subió a un auto en un suburbio al norte de Dallas, junto a dos conocidos, ninguno pudo ser contactado por NBC News o Noticias Telemundo.
No está claro adónde iban, pero esto se sabe según la policía y documentos judiciales: alrededor de las 12:15 am Shardrel Webb, de 25 años, disparó contra la ventana trasera del vehículo en el que la joven viajaba.
El sospecho alegó que el otro auto lo sacó de la carretera y que reaccionó en defensa propia. Aterrado, el conductor se dirigió a toda velocidad hacia un edificio de apartamentos cercano, mientras Webb seguía disparándoles.
Allí es donde la policía y paramédicos hallaron a Aurimar, abatida sobre el asiento trasero, muerta por un disparo en la cabeza.
Había empezado a llover cuando un funcionario de la Oficina del Médico Forense del condado de Dallas llegó a la escena alrededor de las 03:30 am. El investigador retiró una lona amarilla con la que habían envuelto el cuerpo de Aurimar y anotó lo que vio. Revisó sus bolsillos donde encontró un encendedor y 8.18 dólares que metió en una bolsa para evidencia.
Aurimar fue colocada en una bolsa azul con una etiqueta roja que decía No. 3440146 y trasladada a la Oficina del Médico Forense, donde, según los protocolos, debía empezar la búsqueda de un familiar directo.
La hermana menor de Aurimar, Auribel Acero Villegas, de entonces 17 años, fue la primera en enterarse de su muerte esa mañana. No lo supo por las autoridades, sino por una vecina en Venezuela que conocía a Moreno.
Antes de que Aurimar se fuera a Estados Unidos le pidió a Auribel prometerle que se haría cargo de su mamá; ahora debía darle una noticia que temía iba devastarla.
Arelis habló con Aurimar la noche anterior, pero después sus llamadas no fueron atendidas. Alrededor de las 2 de la madrugada, una vecina le contó vagamente que hubo un tiroteo en el apartamento de Moreno y la madre ya no pudo dormir.
El corazón de Arelis se hundió al ver el rostro desencajado de su hija menor y llorando le preguntó esa mañana: “¿Qué ha pasado?”.
“Nada, no ha pasado nada”, le respondió Auribel sin querer darle la noticia mientras estaba de pie. “Vamos a sentarnos, vamos a hacer un café”, le pidió.
Arelis cayó de rodillas y le suplicó: “Júramelo. Si vos en verdad me querés, júramelo, que a tu hermana no la mataron”.
No hacían falta palabras, las lágrimas de Auribel respondieron.
No está claro qué ocurrió en los días posteriores al asesinato de Aurimar. Los recuerdos son borrosos y la familia cuestiona algunas notas en registros públicos.
Sus intentos por conseguir detalles sobre la muerte de la joven se complicaron —desde Venezuela Arelis puede llamar y enviar mensajes desde la aplicación WhatsApp, pero no puede costearse marcar a números fijos en Estados Unidos— así que la mayoría de la información que la familia recibía era de segunda mano.
Auribel recuerda haber conversado con una persona que se identificó como empleado de la Oficina del Médico Forense del condado de Dallas el día después del crimen. La llamada entró al teléfono de un vecino, según la joven, y en ella le preguntaron si autorizaba a Moreno para que fuese su contacto con la morgue, a lo que accedió. “Y hasta ahí llegó la conversación”, aseguró.
Para comentar, debes estar registradoPor favor, inicia sesión